HISTORIA DE SAN FRANCESCO
Nació en un pueblecito llamado Paula , en la Regione di Calabria al sur de Italia, en 1416.
Le pusieron por nombre Francisco porque sus padres habían deseado por quince años tener un hijo, y al fin, al rezarle a San Francisco de Asís, obtuvieron que naciera este niño.
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Pidió permiso a sus papás y por cinco años estuvo escondido en la montaña, rezando, meditando y alimentándose solamente de agua y de yerbas silvestres y durmiendo sobre el duro suelo, teniendo por almohada una piedra.
Pero un cazador que iba persiguiendo a un venado, lo encontró y contó la noticia a las gentes. Entonces varios hombres más se fueron a seguir su ejemplo y tuvo que construir unas chozas y una capilla para sus compañeros.
El lema que les puso a todos los que lo seguían era aquella frase de Jesús: "En esto se conocerá que sois mis discípulos: en que os amáis, los unos a los otros". Por eso al Santo lo pintan siempre con una palabra junto a él: "Caridad".
Francisco tuvo que fundar varias casas para sus religiosos. Y en todos sus conventos puso una consigna o ley que había que cumplir siempre. Decía así: "Cuaresma perpetua". O sea: en la alimentación hacer las mortificaciones que antiguamente se hacían en cuaresma: nunca comer carne, ni huevos, ni leche, ni tomar licores. Solamente pan, pescado, agua y verduras. Esto lo hizo como una reacción ante una oleada de sensualismo que había invadido a Europa y que había llevado a las gentes a comer y a beber en exceso y con esto se les debilitaba la voluntad y llegaban a cometer todos los vicios.
Miles de hombres decidieron abandonar la vida pecaminosa del mundo e irse a la Comunidad religiosa fundada por San Francisco de Paula. Así como San Francisco de Asís les había puesto a sus religiosos el nombre de "hermanos menores", San Francisco de Paula les puso a los que pertenecían a su comunidad el nombre de "hermanos Mínimos", o sea los más pequeñitos de todos. Y todavía los llaman así: los mínimos.
San Pablo dice: "el Espíritu Santo les concede a unos el don de hacer curaciones maravillosas; a otros del don de hacer milagros; y a otros el don de profecía." (1 Cor. 12,9). Y a San Francisco de Paula le concedió el Divino Espíritu todos estos dones, en cantidad muy abundante.
Cuentan que un día tenía que pasar el estrecho de Mesina para ir a Sicilia. Le dijo al dueño de una embarcación: "¿Me lleva? Pero no tengo dinero". Y el otro le respondió: - ¡Si no tiene dinero, no lo llevo! Entonces el Santo extendió su manto sobre las aguas, lo tomó de un extremo con sus manos para que le sirviera como vela de un barco y en el otro extremo colocó sus pies y se fue deslizando suavemente sobre las aguas, ante las miradas emocionadas de todos los presentes, y desapareció en el horizonte, logrando llegar así hasta la isla. En muchos cuadros antiguos los artistas han pintado este prodigio.
El Sumo Pontífice envió un delegado para que averiguara qué tan segura y cierta era la santidad de Francisco. El enviado llegó disfrazado sin decir que era él, pero el santo al saludarlo le dijo: "Lo felicito porque hoy está Ud. cumpliendo 30 años de ser sacerdote. Es una gran dicha el haber estado tanto tiempo sirviendo al Señor". Y luego le fue diciendo un montón de datos que el otro no le había comunicado a nadie. El delegado pontificio le preguntó si sus religiosos serían capaces de resistir toda la vida a ese reglamento tan severo que les prohibía comer carne, queso, leche y huevos y tomar licores. El santo le dijo: "Con la ayuda de Dios ¡sí serán capaces! Vea lo que es capaz de resistir quien confía en Dios: - y tomando un carbón encendido lo tuvo un buen rato sobre su mano y no sintió ningún quemón. El delegado volvió a donde el Papa a decirle que se había encontrado con un santo de verdad, con un gran santo
Por muchos años nuestro santo recorrió ciudades y pueblos llevando los mensajes de Dios a las gentes. Y en aquellos tiempos (como ahora) había alcaldes, gobernadores, ministros y hasta jefes de Estado que abusaban de su poder y gastaban los dineros públicos para enriquecerse o para hacer gastos inútiles y conseguir lujos, en vez de socorrer a los necesitados. Y a ellos les iba recordando San Francisco que a cada uno le dirá Cristo en el día del juicio aquellas palabras que dijo en el Evangelio: "Dame cuenta de tu administración" (Lc. 16,2). Y les repetía lo que decía San Pablo: "Cada uno tendrá que presentarse ante el tribunal de Dios, para darle cuenta de los que ha hecho, de lo bueno y de lo malo".
Francisco no era muy instruido ni tampoco era sacerdote. Era un sencillo y pobre monje, pero era un hombre de oración y se sabía las suficientes frases de la Biblia como para lograr conmover a sus oyentes. Y una de esas frases que no era capaz de callarse cuando hablaba a los que gobernaban era aquella que dice Jesús al final del Apocalipsis: "He aquí que tengo y traigo conmigo mi salario. Y le daré a cada uno según hayan sido sus obras". Todo esto hacía pensar muy seriamente a muchos gobernantes y los llevaba a corregir los modos equivocados de proceder que habían tenido en el pasado.
Al rey de Nápoles (Fernando el Bastardo) no le agradaba nada este modo tan franco de hablar que tenía el santo varón y dispuso mandarlo apresar. Pero los enviados a ponerlo preso volvieron sin el prisionero, y muy emocionados, diciéndole al rey que se habían encontrado con un verdadero santo y que nunca jamás se atreverían a poner su mano sobre semejante hombre de Dios.
Entonces el rey lo mandó ir a su palacio. Trató de ganárselo con regalos y premios, pero el santo no recibía nada. Le ofrecieron lujosas habitaciones para habitar pero él se iba a dormir a un pobre rancho; acostado sobre el duro. Y al rey y a sus empleados les sabía cantar las cuarenta, diciéndoles que no se pueden hacer gastos en lujos mientras el pueblo se muere de hambre.
El rey le ofreció una bandeja llena de monedas de oro para que con ese dinero construyera un convento. El santo no aceptó el tal regalo, pero tomando en sus manos una moneda de esas, la partió en dos, y de ella empezó a brotar sangre que salpicó el vestido del mandatario. Fernando empezó a temblar de pies a cabeza y San Francisco fijando en él sus ojos escrutadores le dijo: "Señor rey: esto es un símbolo de lo que está sucediendo a las gentes de su pueblo. El oro que emplea el gobierno en lujos y en gastos inútiles, está desangrando al pueblo. El descontento es general, pero sus empleados no le dejan llegar hasta sus oídos la protesta de tantos que padecen miseria, mientras los que gobiernan viven entre lujos y placeres. Recuerde que Dios lo colocó en este puesto de gobierno para que busque el bienestar del pueblo y no para que lo oprima y empobrezca. ¿O es que se imagina que Dios no va a juzgar a los gobernantes?". El rey dobló la rodilla, y prometió que en adelante se preocuparía más por la suerte del pueblo pobre y necesitado (Señor: que también en este tiempo nos concedas apóstoles que se atrevan a hablar así).
El rey Luis XI de Francia, que había sido bastante déspota y tirano y poco piadoso, tuvo un ataque de apoplejía (un derrame cerebral) y quedó con una enfermedad nerviosa que le hacía muy amarga su existencia y que lo puso de un mal genio tal que casi nadie se atrevía a acercársele. El rey estaba supremamente apegado a la vida y a la salud y de ninguna manera deseaba morirse, sino más bien curarse de aquella enfermedad tan molesta.
Mandó entonces a Italia a que convencieran a San Francisco de Paula para que fuera a curarlo. El santo se dio cuenta de que lo que buscaba el rey era sólo un favor material y no quiso ir. Pero Luis XI le escribió al Papa Sixto IV y el Pontífice le dio la orden al santo de ir a visitar al rey enfermo. Con tristeza se despidió de su amada patria porque sabía que ya nunca más iba a volver a su bella Italia.
Viajó a pie hasta el mar. Subió a un barco y cuando en pleno viaje los atacó una violenta tempestad, hizo la señal de la cruz a los vientos y a las olas, y la tempestad se calmó en seguida. Luego se les acercó un barco pirata para atacarlos, pero el santo hizo la señal de la cruz al barco atacante, y este, sin saber por qué, se retiró sin atacar.
Al llegar a Francia, las gentes se arrodillaban al verlo pasar. El rey prometió darle un paquete de monedas de oro al primero que viniera a contarle que el santo había llegado a su palacio. Y el hijo del rey, mandó construir una capilla en el sitio en el que por primera vez se encontró con este hombre de Dios.
A los 67 años llega el santo a Francia. El rey lo recibe postrándose ante sus pies y le suplica: "Padre mío: obténgame de Dios que me devuelva la salud y que me conceda unos años más de vida". Pero San Francisco le responde: "Cada uno, cuando le llega el tiempo prefijado por Dios, tiene que disponerse a partir hacia la eternidad, aunque sea un rey muy poderoso. Pero lo que el Señor quiere concederle ahora es la salud de su alma".
Y siguieron varios días de charlas muy afectuosas e íntimas entre el enfermo agonizante y el Santo de Dios. Y Luis XI no consiguió la salud de su cuerpo, pero sí su conversión y la salud de su alma. El hombre de Dios le repetía: "No he pedido a Dios que le conceda sanarse el cuerpo, sino que le sane su alma. Ud. ama mucho la vida de esta tierra, y yo le pido al Señor que le conceda la Vida Eterna en el cielo. La enfermedad de su cuerpo ya no encuentra medicinas que la curen, pero si alma sí está siendo sanada".
Y así, pocas semanas después, aquel rey que había sido de los menos fervorosos de su época, murió muchísimo más cristianamente de lo que había vivido. Es que tuvo la suerte incomparable de ser asistido por un santo en su última enfermedad (Favor que ojala nos conceda Dios a muchos de nosotros). Y el rey quedó tan agradecido que nombró a Francisco de Paula como director espiritual de su hijo, el futuro Carlos VIII, rey de Francia. Nuestro santo tuvo que quedarse por el resto de su vida, sus últimos 24 años, misionando en Francia y allí consiguió muchísimas vocaciones para su comunidad de religiosos y convirtió multitud de pecadores.
El Viernes Santo, 2 de abril de 1507, después de hacer que le leyeran la Pasión de Jesucristo según el Evangelio de San Juan, se quedó plácidamente dormido con el sueño de la muerte, y pasó a la eternidad a recibir el premio de sus virtudes.
El pueblo empezó inmediatamente a proclamarlo como santo y los milagros empezaron a sucederse por montones.
Doce años después de su muerte, fue proclamado santo por el Sumo Pontífice León X (en 1519).
El pueblo empezó inmediatamente a proclamarlo como santo y los milagros empezaron a sucederse por montones.
Doce años después de su muerte, fue proclamado santo por el Sumo Pontífice León X (en 1519).
Y es un dato curioso, que un santo que jamás comía carne, ni huevos ni leche, ni tomaba licor alguno, llegó en plena robustez hasta los 91 años de edad.
lunes, 25 de enero de 2010
San Francesco
Etiquetas: CALABRIA
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